Cogiendo a Nieves entre los dos, la condujeron
hacia la parte de la trastienda situada detrás del extraño retrete, y allí,
pudo ver una escalera de caracol, o más bien su pie, iluminado por una
mortecina bombilla.
La dejaron pasar primero, y empezó a subir las
escaleras, aún con el vestido remangado –vamos con el culo al aire-, hacia el
piso superior, y hasta que salió del radio de la luz ellos pudieron verle todo
el trasero a placer. Comentaron en voz alta:
-¡Fíjate qué culo tiene!
Tras un estrecho pasillo, entraron en una
habitación oscura y encendieron la luz, otra bombilla mortecina. Había una
cama, una colección impresionante de ilustraciones pornográficas y de tías en pelotas cubriendo toda la pared,
y unos cuantos candiles.
Juan, el atrevido ya tenía la polla fuera,
toda agresiva y rutilante, y lo único que se quitó ahora fue la chaqueta, y le
dijo:
-¡Túmbate!
Nieves se echó boca arriba.
-Abre las piernas.
Ella no podía más, y ya las tenía bien abiertas.
Además notaba cómo el culo se le levantaba, un poco espasmódico, esperando la
penetración, sin poderse contener. Intentó él quitarle el vestido, pero éste se
le enganchaba. Bueno, lo importante ya estaba al aire… Sus manos poseyeron sus
húmedas y abiertas grietas, y en seguida comenzó a abrirle la vagina. Y le
dijo:
-Cógemela tú.
-Métetela.
¡Que pollón que tenía el atrevido, cómo le
llenaba el coño!
Empezó a gritar fuera de sí, muy sorprendida
consigo misma, y dijo lo mismo que había pensado:
-¡Que grande, cómo me lo llenas!
Y él siguió con la faena.
¡Ho, qué bien, qué bien se lo hacía! De vez en
cuando se paraba un poquito para no correrse y seguía sintiendo su polla, toda,
dentro de ella. El atrevido le iba dando instrucciones:
-Acaríciame los huevos, méteme un dedo por el
culo.
Aquí sí que no había eyaculaciones precoces,
aquí sí que salía todo armónico y compenetrado…
Paco, cara de pez, se había puesto como loco
con el espectáculo y el olor a coño, el olor a sexo llegaba a él ahora muy
fuerte, estimulándole más y más. Sin embargo, tuvo la paciencia de ir
desnudándose, y cuando acabo, se puso de rodillas junto a ellos. Cogió la mano
libre de Nieves (la otra la tenía en ese momento oprimiendo tiernamente los
testículos del atrevido), se la puso encima de la polla y comenzó a masturbarse
con ella. ¡Caramba, tampoco era manco el calibre de la polla de este, para ser
un pez…! Y le tocaba a Nieves el culo cuando el otro se lo dejaba libre…
Se corrieron juntos el atrevido y ella, en un
prolongado y maravilloso orgasmo, y notaba dentro de ella, los chorros de
semen golpeándole cálidamente, en lo más
hondo. No pudo contener Nieves unos cortos gritos de placer, seguidos por otros
largos, al mismo tiempo, el atrevido también gemía de placer, y mientras decía
la palabra:
¡Cachonda, eres una cachonda!
Cara de pez, excitado a más no poder con el
fastuoso polvo presenciado, cogía a Nieves por donde podía y se puso también a
gemir, y mientras decía:
¡Tía buena, tía buena…
Al fin fueron extinguiéndose los gemidos de la
pareja, acompasándose sus respiraciones, y el atrevido sacó su polla, toda
pringosa, del interior de Nieves. Se puso de pie y dijo, sin dirigirse a nadie
en particular:
-Voy a ver qué pasa por ahí abajo.
Se guardó la polla. Llevaba todo el pantalón
mojado en la parte de la bragueta, lástima. Al pie de la escalera de caracol se
encontró con su compañero Blas, el bajito, que llevaba un rato esperando, sin
atreverse a subir y sin regresar al recinto exterior de la taberna no fuera a
perderse su turno, le dijo:
-Sube, hombre, que hay agujeros para todos.
Bueno, la verdad es que en aquel momento, la
afirmación resultaba incierta porque cara de pez lo había ocupado todo, el coño
con la polla, el culo con el dedo gordo de la mano y la boca con la lengua.
Menos mal que en seguida cambió la situación cuando decidió quedarse él debajo,
le dijo:
-Ponte tú encima, nena. Y ella se puso.
-Ahora, muévete y fóllame tú. Y ella empezó a
follarle.
Así que el bajito tuvo suerte, porque apenas
llego, se bajó los pantalones y se encontró un magnifico culo, que subía y
bajaba rítmicamente, todo para él.
Se situó de rodillas sobre la cama, detrás de
Nieves, y veía el enhiesto miembro de su amigo entrando y saliendo en el coño
de la chica, así como el entreabierto agujero del culo. Concentró sus caricias
primordialmente en éste. Llegó un momento en que tenía muchas ganas de
metérsela, pero el agujero principal se encontrada ocupado. Y a él le gustaba
hacerlo por el coño. Fue aproximándole la polla -por cierto, desmesurada para
su cuerpecito- que ya no resistía sus impulsos penetrativos. Se entretuvo en
abrir las nalgas de Nieves, acercó su polla y con los movimientos su capullo
golpeaba el culo y fue penetrándole poco a poco. No había grandes dificultades
para la inserción, ¡Nieves tenía toda la zona tan bien lubricada con el semen
del atrevido…! Ella también notaba la polla del bajito, entrando cada vez más
en su culo, y esto –unido, a la follada que le estaba dando cara de pez por la
vagina- la puso muy caliente. Había empezado sin sentir apenas nada –puesto que
acababa de tener un tremendo orgasmo con el atrevido, cuando estos dos tomaron
el relevo-, pero, ahora… estaba empezando a disfrutar como una loca.
Cuando a Blas, el bajito, en cada movimiento
ascendente ya le entraba tranquilamente en el culo de Nieves, el capullo y un
trozo más de polla, cara de pez se la metió de un fuerte golpe de riñones, y se
corrió, diciendo unas palabras, que Nieves, al principio no entendía, pero
luego las oyó con toda claridad:
-¡Ay, qué gusto, Virgen María del Rosario, ay,
qué gusto, Virgen Maríaaaaaaa…!
Nieves no llegó esta vez al orgasmo, pero
estaba calentísima. Nada más retirar cara de pez su miembro, ya fláccido, del
coño de Nieves, el bajito se la metió hasta dentro sin modificar la postura, es
decir, desde detrás. Cara de pez dudó un poco si buscar el lavabo del patio
trasero y adecentarse un poco, porque… ¡debía oler a coño…! Pero luego le dio
pereza. Al fin y al cabo, el único que podía reprochárselo era el marido de la
chica, y debía de estar ya muy borracho…
Bajó, y
confirmando sus presunciones, iban ya por la copa veintitrés. Vio a su amigo
Juan –al que Nieves llamaba el atrevido- sentado en torno al tonel-mesa con
Ernesto el marido y con Pepe, el de la peca. Se acercó, y viéndole al esposo
los ojos tan vidriosos, no vacilo en decir al amigo, con el mayor descaro:
-Sube, Pepe, es tu turno…
Y muy a tiempo que llegó Pepe, porque la
pareja, esta vez rápidamente estaba llegando al orgasmo, y gritaron los dos al
mismo tiempo:
-¡Ay, ay, ayyyyyyyy!
Mientras se recuperaban, Pepe el de la peca,
que era hombre meticuloso para todo, se desnudó del todo, y, en seguida, apenas
el bajito comenzó a vestirse, desnudó también a Nieves. Todos se habían
conformado con que estuvieran al aire y
a su disposición los orificios básicos, por lo que había estado desnuda de la
cintura para abajo, pero ahora quedó desnuda totalmente. Mientras tanto,
Nieves, pudo mantener los ojos abiertos al fin un rato, y esto le permitió
contemplar la extraordinaria figura de Pepe, no es que la polla desmereciese
demasiado de la de sus compañeros –aunque la más hermosa hasta ahora había sido
sin duda la del atrevido-, sino que la barriga se desbordaba por encima,
empequeñeciéndola en apariencia.
A pesar de su barriga, Pepe, la hizo sentarse
al borde de la cama y se la metió en la boca:
-¡Mámamela!
Y se la mamó, ya, a estas alturas, no iba a
protestar.
Él se movía como si estuviera follando, y dos
o tres veces hizo diana en la campanilla, y más abajo, obligándola a toser y a
dar arcadas. Y una de estas veces, mientras ella trataba de acallar el ataque
de tos, le vio de pronto deslizarse todo inmenso por entre sus piernas y
ponerse en cuclillas ante su abierto y pringoso coño.
-¡Qué bonito lo tienes! Vaya, hombre un
piropo. ¡A buenas alturas!
-Y… ¡cómo te huele! Sí debía olerle a rosas.
-Abre más las piernas. Las abrió.
-Saca el culo. Lo sacó.
-Échame las piernas por encima de los hombros.
Se las echó, y le hizo una mamada, a su vez…
Ella estaba pensando que vaya cerdo, con todo lo que le habían dejado todos sus
compañeros por allí… Claro que si a él le gustaba… Al poco rato, con la lengua
de Pepe infiltrándose por todos sus repliegues, se estaba volviendo a calentar,
muchísimo. Además, a él le gustaba todo, pues tampoco se olvidó del culo…
Al final la hizo tumbarse bien en la cama y
abrir las piernas. Él no se puso ni encima ni debajo, sino que se echó también
más debajo de su culo, perpendicular vuelto hacia ella, de tal modo que la
polla le quedaba en orden de ataque. Le colgaba la cabeza por un lado de la
cama, pero no parecía importarle. Al revés desde su extraña postura se lo
miraba, todo abierto, y gemía:
-¡Qué coño tienes, qué coño tienes…! Más
piropos.
Con la poca capacidad de raciocinio que le
quedaba, Nieves, pensó que seguramente la postura era consecuencia de su
barriga, como tenía ésta tan gorda, debía tener miedo de que no le llegara lo
otro.
Pero la verdad es que no había razón para
preocuparse, porque cuando al fin se la introdujo lo hizo a fondo y muy bien, y
Nieves pensó que no tenía ninguna queja de él.
Además, éste le salió sibarita, y fue el que
más disfrutó de ella, de toda ella, pues “se lo hizo” en diversas posturas
después de la primera, controlándose todo el tiempo, para no correrse: desde
detrás, con ella cabalgándole…
Y al final se puso él encima… y sí que le
llegaba. Fue el más silenciosos en el orgasmo, profirió unos gemidos
silenciosos, pero debía haberlo pasado muy bien… porque luego tuvo encima de
ella, durante largo rato, unos fuertes temblores y convulsiones postorgásmicas,
que casi la aplasta. Nieves no llegó a correrse, pero la verdad es que le falto
poco. Por ello le quedó el cuerpo pidiéndole más. ¿Más? Porque se dio cuenta,
con algo de espanto, que se había cepillado ya a todo el grupo.
No, pero no tenía por qué preocuparse, pues la
fiesta no se había terminado.
Y es que, abajo, Ernesto se quedó dormido
sobre la cuba-mesa, sintiéndose los demás amigos relevados de la preocupación
de vigilarlo. Cuando al fin bajó Pepe –que se había tomado su tiempo- les dijo
que en desagravio, él se quedaba al cuidado del marido, y que si ellos querían subieran
otra vez a disfrutar de la chica, que ella estaba en la cama, medio adormilada
y desnuda, esperando que le hicieran todo lo que quisieran, sobre todo que
siguieran follándosela.
Esto no quiere decir que se hubiesen olvidado
de Sebas, dueño de la taberna y anfitrión de la orgía, quien les precedió ahora
muy seguro de los derechos que le asistían. Al llegar a la habitación se bajó
los pantalones y calzoncillos antes de sacarse el mandilillo, ése que suelen
llevar los taberneros, con sus rayas verdes y negras, y Nieves –que
efectivamente tenía una dulce somnolencia pero sin perder por ello la avidez
erótica- le notó el gran bulto del pene erecto bajo el mandilillo mucho antes
de que se despojara de éste. Cuando se lo quitó… ¡Madre mía!, debía superar
incluso la polla del atrevido. La tenía enorme, más larga y gruesa que la de
Juan, el atrevido.
No era extraño, en verdad, que Sebas tuviera
ya la polla tan erecta. El espectáculo que ofrecía Nieves resultaba tan
apetecible… Desnuda, con las piernas abiertas, tan joven, tan cachonda, tan
sumisa… Y con aquellas tetas. Y con aquel coño, aquel vientre, aquellos muslos…
Se abalanzó sobre ella, y le dijo:
-Ponme las piernas sobre los hombros.
Y, se la comenzó a meter por el coño, con
dificultades, por el grosor de esta, pero al final entró toda. Sebas se la
follaba sin parar y Nieves disfrutaba como una loca con todo eso dentro, hasta que
tuvo otro orgasmo majestuoso. Sebas se la sacó, le dio la vuelta y se la metió
desde atrás, le cogió las tetas con las dos manos , y estuvo mucho tiempo
follándola, hasta que tuvieron un orgasmo los dos a la vez, corriéndose con
grandes gemidos de placer. Sebas, después de la fenomenal follada, quedó encima
de Nieves aplastándola, con la polla aun metida, magreándole todo su cuerpo,
disfrutando de toda ella.
Cuando acabó Sebas, entró en acción de nuevo,
Juan el atrevido, Nieves estaba ya descoyuntada, la verdad, el coño lo tenía
fatal, todo hinchado, incapaz –creía- de recibir ni siquiera una de aquellas
barritas de pan, con las que habían bromeado al principio de la fiestecita
íntima. Bueno multi-íntima. El gran instrumento del Sebas, le resulto ya demasiado.
Esta vez el atrevido, se quitó los pantalones
y los calzoncillos, quedándose sólo con la camisa.
-Ahora quiero joderte por detrás-, le dijo a
Nieves, y ella le puso el culo delante de su polla.
-Abre más las piernas, agacha más la cabeza,
¡venga, sube el culo un poco más…!
-¡Qué poderosas oleadas de olor a hembra, de
olor a todo, ascendía hasta su nariz, cada vez que ella modificaba su postura
atendiendo sus instrucciones! Sí que tenía mal el coño la pobre, sí, todo
irritado, pero en fin… Quiso metérsela, pero nada que no entraba.
Entonces empezó a trabajarle el agujero del
culo, primero con las manos y luego reemplazó la yema del dedo gordo por el
capullo. Claro que no era lo mismo, y también por esta vía le entraba mal.
Cogió uno de los candiles de la pared y le
echó a Nieves un chorro de aceite por la raja del culo, dedicándose luego a
lubricarle el agujero con los dedos, y también al mismo tiempo lubricándose la
polla.
El atrevido volvió de nuevo a probarlo, y esta
vez entraba. Bueno, y ella gritaba, pero no le sirvió de nada, porque se la
introdujo hasta los cojones.
Al principio era todo dolor, pero luego…
Además las manos que le magreaban por delante eran tan sabias…
El atrevido la follaba con fuerza por detrás,
y al final Nieves tuvo su orgasmo número no sé cuántos (había perdido la
cuenta), al unísono con el atrevido, quien ahora entre los gritos del clímax le
iba diciendo:
-¡Tía buena, tía buena, tía buenaaaaa…!
Ahora sí que estaba destrozada, pero bien. Se
vistieron los dos (él le devolvió sus bragas que las tenía en el bolsillo de la
chaqueta, desde que comenzó todo en el retrete) y bajaron a la taberna. Eran ya
más de las once de la noche, y seguía sin haber otros clientes que los del
grupo de amigos. Todos la habían poseído. Todos la miraban con agradecidas
caras de amantes satisfechos y bien satisfechos.
Iban abajo por la ronda veintiocho. Levantaron
sus vasos –Ernesto continuaba dormido como un tronco- y el atrevido formuló el
brindis que seguramente tenían todos en su mente:
-¡Por el coño más hermoso que jamás hemos
visto, y lo bien que lo hemos pasado con él!
Ahora le tocó el turno a Sebas:
-¡Por los mejores polvos del año!
Y otra vez, brindó el atrevido, sabiendo por
experiencia lo que se decía:
-Por el culo más rico que he horadado…
Este brindis lo aclamaron todos en consenso.
Al fin despertaron entre todos a Ernesto
-¡Ernesto, Ernesto, venga que van a cerrar,
vamos a casa!
Se despertó a medias.
-¡Vámonos, Ernesto! Y él, borrachísimo y
sintiéndose tan a gusto, le dijo:
-Anda, mujer, no seas pesada, nos quedamos un
ratito más… Y Nieves le contestó, muy cínica:
-Espabílate, hombre, que llevamos tres horas
aquí… ¡vaya aburrimiento!
Sebas, que desde el brindis relativo al culo,
empezaba a sentirse debajo del mandilillo, la polla, otra vez en forma, dijo
paternalmente:
-Bueno, a lo mejor el chico tiene razón y
podemos quedarnos un ratito más. Con echar el cierre…
Y lo echó, sin más. Se fue detrás del
mostrador, súbitamente lleno de actividad:
-La casa invita a la ronda veintinueve, ¿qué
menos?
Cuando llegó a la mesa, Ernesto había vuelto a
dormirse profundamente. Distribuyó los vasos, se bebió el suyo de un trago y,
delante de toda la concurrencia, le echó la mano al coño a Nieves, y dijo:
-¡Vamos para arriba, nena que la noche es
joven! El que quiera, que se apunte…
Fueron todos menos Juan, el atrevido, que se
quedó esta vez vigilando a Ernesto.
Sus amigos, antes de que llegase al pie de la
escalera, ya tenían a Nieves desnuda. Muchas manos subían por entre sus piernas
hacia sus agujeros más íntimos…
Col·laboració de Nerus
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